Crítica de ‘Stranger Things 3’

No es ninguna casualidad que una de las películas de 1985 que la temporada 3 de Stranger Things enseñe directamente en pantalla sea Regreso al futuro. Sus dos secuelas seguían, básicamente, el mismo esquema básico de la primera con algunas alteraciones: en la segunda, Marty perseguía a Biff Tannen por el pasado y por el presente y, en la tercera, la principal diferencia era que la acción se trasladaba al Salvaje Oeste. Los blockbusters de verano, y sobre todo los de los 80 y los 90, tendían a funcionar así; cada nueva entrega reutilizaba los elementos que habían calado de la original con mayor o menor suerte.

Stranger Things está zambullida en la nostalgia ochentera hasta en ese aspecto. Sus dos últimas temporadas han conservado el esquema que funcionó de la primera y, además, han añadido muchas de las convenciones de los taquillazos estivales, por lo que el espectador nostálgico al que va dirigida la serie sabrá exactamente cómo va a terminar en cuanto vea dos o tres capítulos. Ni siquiera es necesario pillar sus guiños a La cosa o Indiana Jones y la Última Cruzada.

Esa familiaridad puede ser una ventaja para algunos fans que quieran recuperar las sensaciones que tuvieron los espectadores de Regreso al futuroen el cine del Starcourt, pero también provoca que se le vean las costuras al monstruo de Frankenstein que es Stranger Things. Está construida con referencias de aquí y allá ensambladas, en esta ocasión, con tino en todo lo concerniente al Azotamentes y la posesión de Billy. La apuesta por el terror a lo John Carpenter funciona y logra crear tensión; por otro lado, que se recupere ese clásico ochentero de los rusos villanos era inevitable, pero también muy poco estimulante.

También es encomiable que la serie haya decidido no obviar que sus niños son ya adolescentes y empiezan a tener problemas de adolescentes(como que se les escapen las sutilezas de una relación sentimental o se aferren a las cosas que los unían como grupo). Y eso que es lo peor tratado del arranque de la temporada, sobre todo porque el noviazgo de Mike y Eleven nunca ha tenido demasiado interés ni hay química entre Finn Wolfhard y Millie Bobby Brown. Forma parte, también, de uno de los aspectos más flojos de la entrega, que es el retrato de Hopper.

Los bandazos que da su personaje son realmente sorprendentes. El jefe de policía de Hawkins empezaba la serie como un tipo muy básico, el cliché del cuarentón “cuñado”, como diríamos ahora, para ir evolucionando hacia alguien mucho más sensible, decente y hasta heroico. En la segunda temporada tenía sentido que fuera un padre sobreprotector porque Eleven estaba en serio peligro, pero para la tercera ha involucionado. Con tal de conseguir unas cuantas risas a costa de su extremo nerviosismo al ver a Mike pasar tanto tiempo en el cuarto de El, apenas queda algo del Hopper por el que sí podrías llorar cuando se sacrifica en el último capítulo.

Mientras el personaje de David Harbour (y toda la subtrama con el conspiranoico Murray y el pobre Alexei) ha sido de lo peor de la temporada, la revelación ha sido Robin (interpretada por Maya Hawke, que no puede negar que su madre es Uma Thurman). La compañera de trabajo de Steve en la heladería Scoops Ahoy también es un arquetipo, pero encaja a la perfección en la dinámica entre Steve y Dustin, y las aventuras de ese grupo en el subsuelo del centro comercial son muy entretenidas porque hay buena química entre ellos.

Que los protagonistas hayan estado separados toda la temporada ha dejado en evidencia los puntos más flojos de Stranger Things (Hopper y los intentos de comedia de la época) y los que mejor funcionan. Steve, Dustin y Robin figuran entre estos últimos, igual que la incipiente amistad entre Eleven y Max y Nancy Wheeler lanzándose de cabeza hacia el peligro. Los otros chicos corren el riesgo de sufrir eso que los estadounidenses llaman “peak at high school, es decir, que vivieran su mejor momento en el instituto, o lo que es lo mismo, que ya hayan tenido sus mejores temporadas en la serie. Will, por ejemplo, se ha quedado muy atrás cuando ha dejado de tener sentido como herramienta de guión.

La serialización extrema de esta temporada aún acrecienta más esa sensación de que hemos visto una secuela de un blockbuster estival de cuando el verano cinematográfico de verdad significaba algo (ahora, Marvel empieza a estrenar sus películas “de verano” a finales de abril). La trama va tomando forma a partir del tercer, cuarto capítulo, y acaba por todo lo alto con tres episodios en los que confluyen tanto la amenaza del Azotamentes como la de esos rusos que creen que pueden triunfar donde los americanos fracasaron.

Esa recta final lleva al límite de sus fuerzas a una Eleven que también se ha visto un poco diluida. Termina exprimida por completo, sin poderes (o eso cree ella), y mudándose lejos de Hawkins con los Byers. Todos sabemos que acabarán regresando porque el Mundo del Revés no ha acabado aún con todos ellos, pero al menos se abre la puerta a un nuevo camino para Stranger Things.

El final de temporada abre nuevos interrogantes para una cuarta que podría ser su última entrega, según han afirmado los hermanos Duffer en alguna ocasión (o la penúltima). O Billy o Hopper sobrevivieron al ataque final del Azotamentes y a la destrucción de la máquina (¿se habrá convertido Hopper en el Doctor Manhattan?) y uno de los dos es ese americano que los rusos tienen preso en Kamchatka (¿o será Alex Krycek?), o tendremos novedades con esos nuevos demoperros bípedos. Lo que está claro es que Stranger Things no puede estirarse mucho más.

Desarrollador gráfico y web, con ganas de trabajar y aprender todo lo posible de este campo tan variado. Trato de ser creativo en la vida laboral como personal. Amante de la buena lectura, el cine con sentido e inteligente.

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