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Reseña del libro: “Los años impares” de María Sirvent

Si les dijera que me gustan las novelas con personalidad ya tendría justificación suficiente para decir que Los años impares me ha encantado, porque tiene una personalidad arrolladora, las cosas como son. Pero es que además es una buena novela, que no siempre ambas cosas van de la mano. Como en sus páginas se dice que cuando una novela rusa entra en una casa es imposible echarla de allí y en la mía hace años que se quedaron a vivir muchas y la colonia crece cada vez más, lo que sería terrible para Paca, uno de los personajes, que se siente perseguida por hordas de rusos, me voy a permitir parafrasear una diciendo que todas las malas novelas se parecen pero las buenas lo son cada una a su manera, y Los años impares cumple ambas cosas, es buena y , sobre todo, lo es a su manera. Muy a su manera.

Su manera es difícil de definir, dicho sea de paso, diría que es especialmente brillante a la hora de describir a los personajes con pocas frases, que uno conozca perfectamente a alguien con una o dos frases sobre su escasa afición a encender la luz, por ejemplo, es toda un virtud. Como norma general me resulta muy atractiva esa capacidad de explicar cosas desde el extrarradio de la personalidad, fijarse en los detalles, en las anécdotas y lograr que sean precisamente esas cosas las que definan al personaje, la situación o lo que corresponda. Hacer principal lo accesorio, porque al final somos nuestra colección de costumbres, manías y detalles tanto como nuestras grandes convicciones.

Tiene además María Sirvent un don para expresar las cosas de una forma diferente a la que uno esperaría pero que, una vez leída, se le antojen inmejorablemente precisas. Les pondré un ejemplo, si uno quiere decir que La Mancha no es precisamente el Himalaya puede simplemente decirlo, recurrir al tópico o poner en boca de un personaje una frase como “¿dónde se suicidan los manchegos?”. En Los años impares se usa esa tercera opción, lo cual siempre debe agradecer un lector atento.

Y, finalmente, cierro el catálogo de elogios estilísticos con otra cara de esta misma moneda, la capacidad para expresar ideas o argumentos francamente contundentes con lenguaje sencillo, porque alguna que otra carga de profundidad se encuentra uno convenientemente disimulada. Cuando debe recurrir a un estilo más elaborado lo hace, y con solvencia, pero la novela brilla en la sencillez, que es un lugar en el que resulta especialmente complicado brillar. Cuando hablo de sencillez me refiero a que los personajes hablen como personas, no sé si me explico.

Consigue, por otro lado, cohesionar en el texto mundos aparentemente ajenos como un concurso televisivo de talentos con la vida cotidiana de Argamasilla de Alba o de la muy turística Palma de Mallorca con una coherencia y una unidad pasmosas.

Unas palabras aparte para la recién citada Argamasilla de Alba, que no conozco pero cuyo retrato me he creído tanto que si allí no se dicen cosas como “pijo en dios” o “adiós, amoto” sería urgente que comenzasen a acostumbrarse, porque si uno dispone de una realidad literaria como la de Los años impares no conviene desaprovecharla.

Me resulta brillante el tratamiento de un tema delicado, el futuro de la juventud, diría, o de sus esperanzas en el futuro más bien. Uno observa cómo las sucesivas generaciones de una familia no obtienen precisamente lo que esperaban de la vida, aun cuando eso que desean sea diferente, y encuentra cierta similitud en la manera que tiene la vida de parecerle una mierda a personas de toda época, cómo les defrauda (aunque logren un cierto éxito), cómo se adaptan o no, son felices o no, pero no es una novela fatalista, oscura o pesimista, al contrario, es una de esas novelas que de alguna extraña manera reconfortan.

Simpaticé pronto con Los años impares porque un personaje dice algo que yo siempre he pensado sin que haya mayor fundamento científico o estadístico en la convicción, que los años nones son mejores, y no sólo porque este sea par y su bondad sea perfectamente definible. Que retrate la vida de un pueblo manchego también es un punto a su favor, pero creo firmemente que aunque no tuviera esos anclajes en mi mundo particular la habría disfrutado igual porque cualquier buena historia contada de una forma tan personal como brillante siempre merece la pena.

Es posible que esta novela no despierte vocaciones en el mundo de la música o el arte, su retrato es básicamente demoledor, pero el trabajo de demolición es francamente divertido. El personaje del tío artista que vive en Nueva York es impagable, si alguna vez voy por allí es probable que adopte sus hábitos deambulatorios, no sé muy bien porqué pero me ha convencido.

Tal vez podría resumir mi admiración por Los años impares hablando de la capacidad que demuestra la autora para desplegar, si me lo permiten, no poca mala leche, pero a la vez resultar entrañable.  

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